
11 Ene Ilusión u obsesión
Una niña puede recibir su primera muñeca en los primeros meses de vida y desde ahí empieza un entrenamiento a ser mamá y un condicionamiento social a ocupar ese rol en un futuro, los niños copian los comportamientos que ven en los adultos y los adultos enseñan a vivir. La maternidad como instinto natural se ve reforzado con el entorno, desde los juegos infantiles, los roles que ocupa y sus referentes sociales.
Cuando la niña se hace adulta, de manera más o menos consciente, pone a trabajar toda la experiencia pasada y se pone en marcha el «rol de ser mamá»: pero ¿Qué ocurre si no puede serlo?, ¿si ese momento no llega?, ¿Qué ocurre si tras unos meses o años de búsqueda despreocupada no llega el ansiado embarazo?… la intuición de que algo es diferente en ella, de que no “se queda embarazada” como sus amigas, de que algo va mal, le lleva a la consulta del ginecólogo y,- tras pocos o muchos meses de analíticas y pruebas-, a un diagnóstico: infertilidad o esterilidad. Es una experiencia para la que nadie la ha preparado y el miedo a lo desconocido es un factor común.
Conseguir tener un hijo siempre provoca un cierto impacto emocional, que puede ser mayor o menor en función de las expectativas depositadas y de los recursos personales de cada uno; algunas mujeres son capaces de minimizarlo, otras pierden la estabilidad y su vida se ve muy afectada.
No se puede generalizar porque cada persona es única y de hecho intervienen muchos factores en todo el proceso, la importancia que le da a la maternidad cada mujer, el tiempo que transcurre desde que empieza a buscar el embarazo, la edad a la que comienza la búsqueda, la causa de la infertilidad, la presión que recibe del entorno, el estilo de afrontamiento de los problemas en su vida habitual, el apoyo que recibe de su pareja o familia… la lista sería interminable. El problema empieza cuando la ilusión de ser madre se ve poco a poco eclipsada por la obsesión de ser madre, se va distorsionando la realidad, sólo se ven embarazadas, bebés y cochecitos, todas las mujeres son fértiles menos ellas. Todas pueden y ella no. Se pierde la perspectiva racional y se entra en un bucle emocional sin fin. Se pierden o dejan de ver con regularidad las amigas que ya son madres, el ocio que se realiza con niños, el sexo solo por placer… se pierden todas las facetas de la vida que no son: “ser madre”.
Esta situación genera una ansiedad en la mujer y en la pareja (si la tiene) que le impide avanzar con libertad, y si bien, un buen estado emocional no va a variar el resultado de un tratamiento de fertilidad, sí puede ayudar a sobrellevar el proceso de una forma más natural y menos traumática.
El apoyo psicológico pasa por establecer otros objetivos (personales y de pareja), controlar el tiempo dedicado de su vida diaria a los pensamientos de maternidad y limitarlo, identificar y reconocer los hábitos que provocan más ansiedad, recordar sus sueños antes del diagnóstico de infertilidad, reanudar las actividades de ocio relegadas… desfocalizar la vida de la mujer del tema que tanto daño le hace y hacerle recuperar la perspectiva.
En cualquier caso es importante que la mujer o las personas que la rodean sea capaz de darse cuenta de su situación y pedir ayuda para gestionar y manejar sus emociones durante el duro proceso de la reproducción asistida.
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